En el corazón del tiempo, mucho antes de que el mundo se cubriera de ruido, los antiguos sabían que la vida no es una línea recta, sino una espiral de transformaciones. 

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Los ritos de paso no son solo ceremonias: son mapas invisibles que guían el alma a través de las grandes transiciones de la existencia. Nacimiento, iniciación, unión, muerte... cada umbral requiere más que un cambio externo; demanda una muerte simbólica y un renacer interior.

Sin ese paso ritual, las personas transitan sin cruzar verdaderamente.

Estos ritos existen para detener el tiempo, para sacarnos del mundo ordinario y sumergirnos en lo sagrado.

Allí, en ese espacio entre lo que fuimos y lo que estamos destinados a ser, algo profundo ocurre: dejamos atrás lo viejo, somos tocados por el misterio, y emergemos con un nuevo nombre, una nueva visión, una nueva piel.

 

El olvido de estos ritos ha dejado vacíos en el alma moderna. Sin ellos, caminamos desconectados, sin saber cuándo dejamos de ser niños, cuándo nos convertimos en adultos, cuándo iniciamos una nueva vida o cómo honrar el cierre de un ciclo. Pero cuando recordamos, cuando regresamos a lo ritual, algo ancestral despierta. El alma reconoce su camino.

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Honrar los ritos de paso es devolverle a la vida su profundidad. Es entender que cada transformación merece ser vivida con presencia, guiada con sabiduría, y sellada con un acto sagrado. Allí, en el fuego del rito, el espíritu encuentra su propósito, y el corazón su verdadero hogar.